Historias patagónicas: "La rebelión de las putas de San Julián"
La rebelión de las putas de San Julián es un evento de la historia argentina ocurrido en Puerto San Julián el 17 de febrero de 1922, en el epílogo de las luchas de la Patagonia rebelde. Ese día, las prostitutas del burdel local "La Catalana" se negaron a atender a los soldados del Décimo Regimiento de Caballería del teniente coronel Héctor Benigno Varela, acusándolos a gritos del asesinato de obreros agrarios. Las prostitutas fueron detenidas, pero el comisario de San Julián decidió no ejecutarlas para no engrandecer su acto de resistencia, sino que optó por dejarlas ir. La rebelión de las putas de San Julián fue la única protesta pública que hubo en Argentina tras la represión masiva contra los obreros patagónicos de 1920-1922.
Una vez finalizada la represión en la Patagonia, antes de volver a Buenos Aires, en febrero de 1922, Varela decidió premiar a sus hombres pagándoles una visita a los lupanares más cercanos a su lugar de acuartelamiento. El 17 de febrero, un grupo de soldados bajo las órdenes de un suboficial, acuartelados en Puerto San Julián, comenzaron los preparativos para visitar el burdel local de "La Catalana" y así cobrar su recompensa.
El historiador Osvaldo Bayer relata lo que pasó a partir de ese momento de la siguiente manera:
Se reunió a los soldados, se les hizo poner en posición de descanso y se les explicó que iban a ir al prostíbulo por tandas. Un suboficial, con términos bien claros para que entendieran todos, dio detalles de cómo se debe hacer uso de una prostituta y no contagiarse una gonorrea o un chancro.
Las cosas se organizaron bien porque previamente se mandó decir a las dueñas de los prostíbulos que a tal hora iba a ir la primera tanda de soldados para que tuvieran listas a las pupilas. En San Julián se avisó a Paulina Rovira, dueña de la casa de tolerancia “La Catalana”.
Pero cuando la primera tanda de soldados se acercó al prostíbulo, doña Paulina Rovira salió presurosa a la calle y conversó con el suboficial. Algo pasaba, los muchachos se comenzaron a poner nerviosos. El suboficial les vendrá a explicar: algo insólito, las cinco putas del quilombo se niegan. Y la dueña afirma que no las puede obligar. El suboficial y los conscriptos lo toman como un insulto, una agachada para con los uniformes de la Patria. Además, la verdad es que andan alzados. Conversan entre ellos y se animan. Todos, en patota, tratan de meterse en el lupanar. Pero de ahí salen las cinco pupilas con escobas y palos y los enfrentan al grito de “¡asesinos! ¡porquerías!”, “¡con asesinos no nos acostamos!”.
La palabra asesinos deja helados a los soldados que aunque hacen gestos de sacar la charrasca, retroceden ante la decisión del mujerío que reparte palos como enloquecido. El alboroto es grande. Los soldados pierden la batalla y se quedan en la vereda de enfrente. Las pupilas desde la puerta de entrada no les mezquinan insultos. Además de “asesinos y porquerías” les dicen “cabrones malparidos” y —según el posterior protocolo policial— “también otros insultos obscenos propios de mujerzuelas”.
Un atestado policial de la época recogió algunos de los datos de las cinco prostitutas rebeldes. Estas eran, a saber: Consuelo García, 29 años, argentina, soltera, profesión: pupila del prostíbulo “La Catalana”; Angela Fortunato, 31 años, argentina, casada, modista, pupila del prostíbulo; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera, pupila del prostíbulo; María Juliache, española, 28 años, soltera, siete años de residencia en el país, pupila del prostíbulo; y Maud Foster, inglesa, 31 años, soltera, con diez años de residencia en el país, de buena familia, pupila del prostíbulo.
Las cinco prostitutas de "La Catalana", así como los músicos del burdel, serían prestamente arrestados tras el acto de rebeldía. Los músicos serían puestos en libertad de inmediato al llegar a comisaría, al declarar que condenaban la rebelión, mientras las meretrices son metidas en un calabozo. Según Romina Behrens, investigadora de la UNPA, en la cárcel las putas fueron hostigadas con vejámenes tales como el de mojarlas y dejarlas expuestas a la intemperie con la ropa puesta. El documentalista Pablo Walker, por otro lado, afirma que no hay pruebas de tales torturas y vejaciones, ni queda constancia en la memoria colectiva del pueblo de San Julián.
El comisario de San Julián pidió, tras el encarcelamiento de las putas, consejo al teniente primero a cargo de la guarnición militar local, para dirimir el destino de las rebeldes. Este militar no quería más escándalos, ni que el acto pasase a mayores, por lo que las prostitutas fueron finalmente puestas en libertad. Tras su liberación, las putas serían expulsadas de Puerto San Julián, siendo la única que volvería a posteriori Maud Foster, tras trabajar durante un tiempo en un prostíbulo en Cañadón León (actual Gobernador Gregores). Foster moriría en Puerto San Julián en 1968, formando hoy su tumba parte del circuito histórico y del patrimonio de la localidad.
Del resto de meretrices, se desconoce su destino tras su expulsión de San Julián. Se sabe, por un expediente del 20 de septiembre de 1923, que Paulina Rovira, madama de "La Catalana" seguía viviendo en Puerto San Julián en esta fecha.
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