Carta del Lector

Estudio sobre cáncer en residentes próximos a reactores nucleares I

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El epidemiólogo Joseph Mangano revela cómo la industria nuclear ha ocultado al público el impacto de las emisiones de radiación de bajo nivel en la salud y por qué deben realizarse estudios de salud en las poblaciones cercanas a los reactores antes de que se construyan nuevos.

El epidemiólogo Joseph Mangano, jefe del Proyecto de Radiación y Salud Pública (RPHP)

Los reactores nucleares se introdujeron en Estados Unidos durante la década de 1950. A pesar de la preocupación por los posibles riesgos para la salud que representan las emisiones radiactivas rutinarias al medio ambiente, se han publicado pocos artículos de investigación en revistas especializadas.

 

El único estudio nacional sobre cáncer cerca de reactores fue realizado por investigadores federales en la década de 1980 y no encontró ninguna asociación entre la proximidad a los reactores y el riesgo de cáncer. Sin embargo, desde entonces, artículos sobre instalaciones nucleares individuales han documentado tasas elevadas de cáncer en las poblaciones locales.

 

Las propuestas actuales para expandir la energía nuclear de Estados Unidos, junto con las preocupaciones sobre la exposición prolongada cerca de reactores antiguos, hacen imperativo que se realice un estudio nacional objetivo y actual sobre el cáncer cerca de los reactores existentes.

 

El primer reactor nuclear comercial de Estdos Unidos, ubicado cerca de Pittsburgh, Pensilvania, comenzó a operar en 1957. Con el tiempo, se construyeron 129 reactores más, 94 de los cuales siguen activos.

 

Desde el principio, se plantearon dudas sobre los posibles riesgos para la salud de las personas que vivían cerca de los reactores, expuestas a emisiones radiactivas rutinarias al aire y al agua. Hoy en día, se sabe relativamente poco sobre el riesgo de cáncer y otras enfermedades derivadas de la exposición a las emisiones de los reactores.

 

Una explicación de esto es la falta de regulaciones. Las empresas que operan reactores nucleares deben medir e informar públicamente las cantidades anuales de emisiones radiactivas al medio ambiente, junto con las concentraciones en el aire, el agua y los alimentos. Mantener los niveles por debajo de los "límites permisibles" permite a los operadores conservar su licencia.

 

Sin embargo, ninguna regulación ha exigido que se realicen estudios sobre las tasas locales de cáncer, ni que la incidencia o la mortalidad por cáncer no superen una tasa específica.

 

Los primeros análisis de cáncer cerca de reactores nucleares estadounidenses se centraron en trabajadores de armas nucleares. En 1964, el experto en salud ocupacional Thomas Mancuso recibió una beca de la Comisión de Energía Atómica (AEC) para estudiar el cáncer en trabajadores de cinco plantas.

 

Cuando Mancuso publicó resultados que mostraban que las tasas de mortalidad por cáncer eran más altas de lo esperado, incluso en trabajadores expuestos a dosis bajas, la AEC canceló su beca, indicando que había alcanzado la edad de jubilación. En realidad, Mancuso no tenía planes de jubilarse. Lo jubilaron para que no continuara los estudios.

 

A finales de 1974, el Departamento de Salud del Estado de Washington comparó la mortalidad de diferentes ocupaciones en el estado y descubrió que: “Los hombres que trabajaron en las instalaciones de la Comisión de Energía Atómica de Hanford en Richland, Washington, mostraron una mayor mortalidad por cáncer, especialmente en hombres menores de 64 años al momento de la muerte”. 

 

El estado decidió no hacer públicos estos hallazgos después de que los científicos de Hanford verificaran discretamente los hallazgos estatales. El esfuerzo desmedido por suprimir el trabajo de Mancuso, y el de sus colegas, Alice Stewart y George Kneale, contribuyó a acelerar la eliminación de la AEC de la supervisión de los estudios de salud laboral. (Fuente: Joseph Mangano y Robert Alvarez 12/09/2025) 

 

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