Viaje a Punta Ninfas – Bahía Craker
Estas líneas, escritas originalmente por Juan Carlos “Kuky” Guerra, llegan a nosotros como un legado entregado a Diego Dante Gatica. Hoy, él las comparte con los lectores de "El Chubut" como un sentido homenaje a Ricardo Torres, recientemente fallecido, y a aquel grupo de amigos que en su juventud recorrieron incansablemente nuestras costas.
por REDACCIÓN CHUBUT 25/12/2025 - 19.58.hs
Esta crónica de los años 60 entrelaza también la memoria de mi propia familia, protagonistas de una generación que dejó una huella imborrable en la identidad regional y el desarrollo del Valle del Chubut. Esta travesía al pasado cobra vida con el primer recuerdo:
“En abril de 1960 el mismo grupo y personas allegadas decidimos un raid ida y vuelta a Craker, casi la boca del Golfo Nuevo, pero esta vez en Ninfas.
La tripulación estaba constituida por Mirzaj, padre, y Mirzaj, hijo; los hermanos Gatica, “el Rubio” y “otú”; Coco Sarries; Olagaray; Porta; Ricardo Torres; Kuky Guerra (yo); un pariente de Nisimi cuyo nombre no recuerdo; otro tripulante que no permanece en mi memoria (puedo inferir que se trataba de Solussoglia), y el capitán Polo García, conocido pescador profesional de costa que con su bote llevaba recorridas todas las costas del Golfo.
La embarcación era una falúa, bote de mediano porte, ya que soportaba el traslado de 12 personas sin problemas de flotabilidad.
La fuerza impulsora la constituían los ya mencionados motores fuera de borda marca Johnson, de 10 caballos (titular) y 5 caballos (auxiliar).
Como usaríamos el motor más potente, el día previo fabricamos una chaveta para la hélice con el cuerpo de una llave de cerradura de puerta de aquel entonces, que sustituiría al clavo con el que estaba funcionando por rotura de la original.
Salimos de Puerto Madryn a las 08.00 a.m. y, al llegar al extremo del muelle Piedrabuena (único existente en dicha fecha), a unos trescientos metros del punto de partida, se rompió la chaveta tan finamente preparada. Tuvimos que volver al clavo para resolver el problema de impulsión.
La partida fue emocionante, porque la empresa tenía cierto riesgo y visos de aventura. El mar estaba totalmente calmo, sin viento, pero fresco, porque ya había llegado el otoño.
Algunos habíamos conseguido unos antiguos salvavidas de lona con bolsillos para trozos de corcho, que estimamos servían más para protegernos del frío que para hacernos flotar en caso de naufragio.
El plan era llegar a Bahía Craker, desembarcar cerca de las 12.00 horas y preparar un asado como almuerzo. El regreso estaba previsto para las 15 hs., aproximadamente.
Luego de cuatro horas de navegación costera, el capitán confirmó que era imposible llegar en ese horario al punto de destino previsto para comer y que faltaba como una hora más, así que desembarcamos en el primer lugar que encontramos en la costa, correspondiente al establecimiento ganadero del Sr. Muzio. Cumplido el objetivo y tras la clásica foto con un trozo de pan y carne asada en la mano, volvimos a embarcar e iniciamos el regreso.
Este no fue directo, ya que Polo hizo un primer desembarco para guiarnos hasta la meseta y mostrarnos un resto de cementerio aborigen.
Posteriormente, y aprovechando que la marea aún estaba baja pero subiendo, nos llevó a un lugar donde hay dos ollas que probablemente usaban los buques loberos para obtener la grasa. En el mismo lugar, la cadena del buque se veía marcada en la tosca de la restinga, con la forma de los eslabones, aunque el hierro había desaparecido por la acción del tiempo.
Estaba avanzando el agua al subir la marea cuando descubrimos, en una canaleta de la restinga, una especie de ánfora que no pudimos despegar, pese al uso del asador, y decidimos dejarla para otra oportunidad, ya que no queríamos romperla y el agua ya casi la tapaba.
Destaco que más de 20 años después regresé al lugar junto a Enrique Muzio y nuestras familias, y visitamos nuevamente las ollas, que aún se encontraban y permitían el acceso a su interior por una persona, aunque el fondo ya era la tosca de la restinga.
En dicha oportunidad encontré intacta una “bigota”, trozo de madera redonda acanalada para permitir la fijación de una, mediante una soga, a la obra muerta del barco, y otra similar en la parte superior de uno de sus palos, con tres agujeros ubicados como un triángulo, con canales en igual sentido, que permitían pasar una soga (cabo) entre el juego de dos bigotas y que servían para tensar el cabo que sostenía firme el palo a la embarcación.
Aún la tengo en mi domicilio, aunque al estar en ambiente seco se ha resquebrajado en su parte media. Donde la encontré, la marea la cubría y descubría cada 12 horas, y ello la mantuvo intacta al conservar la humedad. Evidentemente se trata de una madera muy dura y, de su existencia, se deduce que se trataba de un barco impulsado a vela.
Embarcamos nuevamente rumbo a nuestro próximo destino: Puerto Madryn. Demorados por esas dos visitas, recuerdo que llegamos alrededor de las 20.00 hs., ya entre dos luces.
Ello nos permitió percibir una extraña luminosidad en la estela que dejaba el bote durante la navegación, que según Polo se trataba del reflejo de cierto tipo de animales marinos (¿krill? ).
Tuve la suerte de presenciar idéntico fenómeno otra noche navegando frente a Puerto Pirámide, en ocasión del rescate de una embarcación de amigos que se había quedado sin combustible en Punta Cormorán, en la boca del Golfo Nuevo, sobre la Península Valdés, en la década del 60. La embarcación llevaba seis tripulantes y, por ese episodio, la rebautizamos con el nombre de “Portabo…dos”, ya que la primera obligación en una embarcación con motor es llevar combustible suficiente.
El viaje terminó con la promesa de repetirlo, por lo hermoso y emocionante que resultó, pero lamentablemente nunca pudimos hacerlo realidad.”
Diego Dante Gatica
Más Noticias