De vencer la muerte, al sueño de jugar en primera
POR GUSTAVO GÓMEZ
por REDACCIÓN CHUBUT 16/09/2025 - 09.31.hs
La historia de Joaquín González y Matías Sales empezó con una pelota demasiado grande para sus manos pequeñas y un aro que parecía inalcanzable. Era 2008, la escuelita de básquet de Ferro recién abría sus puertas y ellos, con apenas cuatro años, fueron de los primeros en llegar. Desde ese día, la amistad y el básquet se entrelazaron en un camino que los llevaría a crecer juntos, a ganar campeonatos y a soñar con vestir, algún día, la camiseta de su club en los torneos más importantes.
Pero el destino, siempre imprevisible, decidió ponerlos a prueba. En 2018, una tarde de mayo que quedará grabada en la memoria de Puerto Madryn, la noticia comenzó a correr como el viento: “Un joven basquetbolista de Ferro lucha por su vida tras sufrir una descarga eléctrica”. Ese joven era Joaquín. Tenía apenas 14 años.
Todo ocurrió en un balcón, después de un partido, mientras compartía un rato de juegos con amigos del club. El calor lo empujó a salir a tomar aire, y allí un cable de media tensión cambió su vida para siempre. Una explosión, un cuerpo desplomado, la ropa derretida y la piel quemada. La vida de Joaquín pendía de un hilo.
Matías estaba allí. Fue testigo del momento en que su amigo pidió ayuda y cerró los ojos. Fue también quien, junto a Valentino, salió desesperado a la calle buscando auxilio. Y fue la providencia, o quizás el destino, la que puso en su camino a Roberto, un vecino que sabía de RCP. Con sus manos logró reanimarlo. Le devolvió el pulso, la respiración, la posibilidad de seguir viviendo.
Los días que siguieron fueron de incertidumbre y dolor. Joaquín ingresó al hospital con riesgo de vida. Fue trasladado en avión sanitario a Buenos Aires, atravesó operaciones, curaciones interminables, noches de insomnio. El club se movilizó para acompañar a su familia y una ciudad entera se unió en oración y solidaridad. De todas partes llegaron mensajes, y hasta los ídolos más grandes del básquet argentino —el “Oveja” Hernández, Scola, Campazzo y Manu Ginóbili— enviaron su aliento. Ese video de Manu, que Joaquín guarda hasta hoy, es un tesoro que simboliza la fuerza de aquellos días en los que todo parecía perdido.
La recuperación fue lenta, dolorosa, pero estuvo sostenida por un sueño: volver a jugar. Y un día, el regreso se hizo realidad. Cuando Joaquín pisó nuevamente la cancha de Ferro, lo esperaba una fiesta cargada de lágrimas, abrazos y emoción. Su primer tiro al aro, débil y corto, que no alcanzó la red, fue el disparo de salida de una nueva vida. Ese instante marcó no sólo su regreso, sino también la certeza de que nada lo detendría.
Desde entonces, la historia volvió a escribirse con sudor y esperanza. Joaquín entrenó sin descanso, recuperó fuerzas, volvió a ser figura y sumó títulos otra vez. Siempre al lado de Matías, su hermano de la vida, aquel que había estado en la tragedia y que ahora lo acompañaba en la victoria.
Hoy, con 21 años, ambos están a las puertas de un sueño compartido: debutar con la camiseta de Ferro en el Torneo Pre-Federal. Para ellos, no será sólo un partido de básquet. Es el final y el comienzo de un camino. Es la demostración de que la amistad puede resistir la infancia, el dolor, la adversidad y seguir siendo motor de futuro.
Cuando la “maquinita” salga a la cancha el próximo fin de semana, Joaquín y Matías no estarán solos. Con ellos jugarán todos los recuerdos de aquella escuelita de 2008, los abrazos de la comunidad en 2018, las palabras de aliento de los ídolos, las noches interminables de recuperación y los sueños que nunca dejaron de alimentar.
Porque esta no es sólo la historia de dos jugadores de básquet. Es la historia de la vida que se abre camino, del deporte como refugio y de una amistad que venció incluso a la muerte para llegar, juntos, a cumplir un sueño.
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