Se fue una leyenda: el eterno Coco Zapiola
Este martes 4 de noviembre se apagó la vida de Coco Zapiola, una leyenda de la pelota paleta regional y emblema indiscutido del Club Ferrocarril Patagónico. Su nombre, grabado para siempre en la cancha que lo vio brillar, quedará también en la memoria de quienes lo conocieron, lo enfrentaron o compartieron con él una charla, un partido o un abrazo.
por REDACCIÓN CHUBUT 04/11/2025 - 20.19.hs
De tono pausado, mirada serena y palabra justa, Coco era un hombre sabio y afectuoso, dueño de una voz que inspiraba respeto. Fue socio, dirigente y jugador del club de sus amores, y un referente del deporte madrynense. Dentro de la cancha, se transformaba: meticuloso, astuto, exigente al límite. No regalaba nada. Su carácter fuerte y competitivo lo volvía un rival temible, pero apenas salía del rectángulo, recuperaba su ternura, su sonrisa, su calidez de siempre.
Sufría de ectrodactilia, una malformación en las manos que nunca fue un obstáculo para él. Todo lo contrario: la convirtió en virtud. Jugaba de delantero, con reflejos y precisión admirables. La dificultad física no lo limitó, lo potenció. Coco hizo de la adversidad una herramienta para ser aún más grande.
Había superado los ochenta años y seguía participando en torneos de veteranos por todo el país, donde era recibido con admiración y cariño. En cada viaje, en cada partido, se reafirmaba su condición de mito viviente de la paleta.
Familiero como pocos, de afectos profundos y leales, tenía un amor inmenso por sus hijos, y devoción por Alicia, su compañera inseparable, el amor de su vida. Juntos compartieron décadas de momentos, desafíos y alegrías, forjando una historia tan firme como su carácter.
Coco llegó a Puerto Madryn a comienzos de los años 70, proveniente de Punta Alta, para trabajar en Aluar, cuando la empresa recién daba sus primeros pasos en la ciudad. Por entonces, un grupo de entusiastas se reunía a jugar a la pelota paleta en una sencilla cancha detrás del bar de Toloza, en pleno centro madrynense. No tardó en sumarse a ellos.
La lluvia, el viento, el frío o el calor no eran excusas: la pasión los movía. Pero también soñaban con algo más grande. “Queríamos una cancha cerrada, un lugar digno para nuestro deporte”, recordó alguna vez Coco en una de sus charlas. Así comenzó aquella cruzada junto a “Catuto” Riquelme, “Pinocho” González, Rodolfo Playán, Alberto Olazábal, Conrado Vigilio y tantos otros que se fueron sumando: Aldo “Mono” Giménez, Alberto “Tero” Zdravcoff, el “Colorado” Carrera, el ingeniero Fennen, Roberto Lezcano y muchos más. Todos empujaron un sueño que parecía lejano.
En 1983, ese sueño se hizo realidad con la inauguración de la cancha cerrada del Club Ferro. Fue un logro colectivo, nacido del esfuerzo y la voluntad de aquellos pioneros. Años después, la institución decidió rendirle homenaje bautizando el lugar con su nombre: “Cancha de Pelota Paleta Coco Zapiola”. Un gesto que sintetiza todo lo que significó para el club.
Hace un tiempo, en pleno torneo patagónico de veteranos, Coco sintió que algo no estaba bien. Una enfermedad cruel le cambió el rumbo, pero él la enfrentó con la misma entereza con la que jugaba cada punto: sin rendirse, con la frente en alto.
Hasta que su cuerpo dijo basta.
Coco Zapiola ya no estará físicamente, pero su legado, hecho de pasión, entrega, amor por el deporte y por su gente, seguirá latiendo en cada pelota que rebote en las paredes del club, en cada jugador que lo recuerde, y en cada aplauso que nazca del alma. Hasta siempre, Coco. La cancha que lleva tu nombre seguirá siendo tu casa.
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